Por estos días me viene siendo muy difícil poder
quedarme quieto. No estático, no soy como los niños que tienen “hormigas en el
orto”. Es la cabeza. Siempre tiene que estar en un lugar. Preocupándose por
algo nuevo y por las cosas de siempre a la vez. Es la bomba que toca
desactivar. Es la llave a un cajón de respuestas sobre la vida que hoy vivo y
quiero poder hacer de una forma más placentera. No se me malentienda, estoy
bien. Pero puedo estar mejor, porque dentro del bien hay matices.
Cuando todo me supera un poco. Las personas, el
trabajo, los hobbys que ya son trabajo, solo pienso en el horizonte del futuro.
Un futuro en el que hay un pedazo de mundo para no preocuparme por estas cosas.
Una pizca de tierra para plantar salud y cosechar otro horizonte del cual pueda
sentirme orgulloso. Son lo que llamamos planes. Es lo que invocamos cuando nos
olvidamos de pensar por un rato. Y cuando eso pasa me doy cuenta que el camino
a la felicidad está dibujado, y felizmente puedo verlo. Y felizmente, a pesar
de que no es felicidad en presente, es felicidad al fin.
Hoy vi una frase muy buena de Jhon Lennon. No soy mamón
de Lennon, pero esta mini anécdota me dejó descansando de la rutina un buen
rato, aunque el concepto es conocido:
“When I
was 5 years old, my mother always told me that happiness was the key to life.
When I went to school, they asked me what I wanted to be when I grew up. I
wrote down ‘happy’. They told me I didn’t understand the assignment, and I told
them they didn’t understand life.”
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